Esteban
Fuente | La Razón
El presidente del Gobierno quiso zanjar ayer la polémica por la implantación de la traducción simultánea en el Senado para los senadores que elijan expresarse en otra lengua oficial distinta del español y, de paso, destacó que el modelo autonómico acerca la administración a los ciudadanos y hace posible el reconocimiento de la pluralidad territorial. Al respecto, subrayó que esa pluralidad tiene una nueva manifestación: "Las lenguas en que muchas de sus señorías, como tantos ciudadanos, se expresan a diario, encuentran hoy un nuevo espacio en la Cámara que está llamada, por definición, a reflejar la pluralidad territorial. Lenguas que, como reconoce y establece la Constitución, son, todas ellas, 'lenguas españolas".
Sea, pero conste que un servidor se siente más cerca de la tesis opuesta, la que prefiere profundizar en lo que nos une -el español- que en lo que nos separa -el catalán, el euskera o el gallego-, como hace hoy Arcadi Espada en su columna de El Mundo: "El nacionalismo tiene razón cuando dice que los 350.000 euros anuales que cuesta la traducción simultánea en el Senado, un uno por ciento de su prepuesto, es un gasto 'no excesivo'. El exceso se calcula en relación al grado de necesidad. Y para los nacionalistas locales la lengua es su máximo rasgo identitario. ¿Cómo va a ser excesiva la identidad? El argumento lingüístico sustenta igualmente las decenas de canales autonómicos. Y es el que decide las políticas culturales nacionalistas, allí donde la propagación de la información y el conocimiento están subordinadas a la propagación de la identidad.
Cabe subrayar que, en el caso de la lengua, la política nacionalista no arraiga en el vacío. Es un lugar común contemporáneo que las lenguas merecen protección. Como la salud. Que son, también, un patrimonio cultural. Como las catedrales. Este mismo periódico se muestra justamente beligerante contra la ridícula decisión del Senado, y no sólo ridícula en términos económicos, sino también por lo que esa decisión supone de falacia: España no es un país multilingüe como Suiza o Bélgica, sino un país que dispone de una koiné eficaz: el español es nuestro pinganillo. Pero la beligerancia concreta y local de este periódico se esfuma cada dos por tres cuando publica dulces reportajes melancólicos sobre las lenguas que se pierden (ninguna lengua se pierde, sólo se transforma: de ahí que una inteligencia 'identitaria' inteligente siempre prefiera, en la lengua y en la vida, el acento, la manera, la influencia, antes que la frontera y el volapuk); o cuando alude a la 'riqueza lingüística' española: lo único que hace esa riqueza es costar dinero, y a manos llenas.
La diversidad lingüística peninsular, como los propios nacionalistas, son datos de la realidad, inesquivables en esta época pueril de España. Es inútil hacer como si no existieran. Pero la aceptación de la realidad no equivale a someterse a ella y, aun menos, a su acrítico ennoblecimiento".
Fuente | kiosko.net
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