Borges caricaturizado por Ulises
Fuente | El Cultural
El próximo 14 de junio se cumplen 25 años de la muerte de Jorge Luis Borges. El Cultural abre la veda de las conmemoraciones en su honor con una entrevista a su viuda, María Kodama, y aprovecha la ocasión para ofrecer de nuevo un artículo publicado en sus páginas en 2002 por Francisco Umbral, en el que se glosa la figura del genial escritor argentino. Va por él:
"Hay en Borges un dandismo indumentario, una elegancia europea que contrasta con su cabeza de ciego, con su cabeza algo deconstruida. Borges es un ciego menesteroso que cuenta historias a la puerta de una iglesia, pero un ciego vestido de dandy con amante japonesa y gheisa, con atuendo de dandy de la City. Si Borges hubiera nacido en Inglaterra sería el dandy por antonomasia, pero nacido en Argentina, entre señoritos de la calle Corrientes, se queda en un esnob de la literatura y de la vida. Un esnob genial, pero esnob al fin, porque le fallaron la época y la geografía.
Así, ocurre que el esnobismo de Borges está también en toda su inmensa cultura y en su dispersa y unitaria obra. La cultura de Borges, siendo múltiple y fascinante, tiene siempre algo decorativo, es la cultura de un señor culto que hojea los grandes libros cuidando de no mancharse los blancos puños de la camisa. Borges, el genial Borges, nunca logró, ni lo intentó, hacer cuerpo con su obra, sino que es un aristócrata burgués, pariente de un tal general Suárez, que reniega de su españolismo pero no puede evitar sus vocaciones burguesas de clase media. Las grandes culturas que acumula, las sabidurías que aduna, siendo tan profundas en él, siempre le quedan como lecturas de domingo, adornos de señorito y genialidades de ingenioso. Admiraba mucho a Oscar Wilde y eso ya es significativo. Para Borges, la cultura es un lujo y una aristocracia, pero nunca una inquietud profunda, ya que él nunca se plantea los grandes problemas o los resuelve con un golpe final de ingenio, con una sonrisa que les quita importancia. Habitante único de un matriarcado doméstico, se advierte que las madres y esposas han estado siempre atentas a que el niño no se manche el traje ni se manche las sabidurías con una errata. Borges se enseñorea de la Biblioteca como del cuarto de jugar y para él las grandes cuestiones de la Humanidad son un pasatiempo no mucho más conflictivo que el ajedrez. Es el ajedrez de Nabokov, otro dilettante que fue mucho más profundo, pero cuidando también de que nadie le alterase su museo de mariposas.
Incluso se diría que hay una afinidad entre las mariposas de Nabokov y las metáforas de Borges. Entre el aristócrata ruso y el burgués bonaerense se establece una complicidad de cinismo, estética, indiferencia y juego. Aunque quizá ambos son grandes precisamente por eso: por haber comprendido y expresado la nulidad del hombre. En algún momento de este centón estudiaremos el esnobismo sublime del sublime Nabokov. Pero Borges no se limita a empavesarse de erudiciones, como un esnob de la cultura, sino que ahí están sus erudiciones inventadas, falsas, deliciosas, firmes, que son las más fascinantes de leer. Borges, como creador de una cultura otra no tiene igual. Es el gran caso del esnob creador, una conjunción poco frecuente pero que a veces da grandes resultados. El arte y la cultura que hemos estudiado aquí hasta ahora no son sino un afán por recoger la obra del desacreditado esnob que a veces es un genio y además tiene la sabiduría de presentar su genialidad como un juego.
Es el sentido trascendente de la Historia, el afán por decir una palabra más allá del arte, algo valedero para los hombres, lo que nos lleva a la trascendencia, y por eso nuestros queridos esnobs, muy herborizados, aquí no tienen siempre la categoría que no se les da. Es nuestra época misma, con su dubitación entre la deconstrucción y lo políticamente correcto, la que pone en duda a estos genios. Según Derrida, deconstrucción es privar a un texto literario o plástico de todos sus contenidos sentimentales o morales para estudiar exclusivamente la estructura. Una continuación del estructuralismo, como se ve. Y la deconstrucción se cumple en Borges en cuanto a la higiene mental que le permite no dar un solo paso fuera de la estética. Parece como excesivo llamar a esto esnobismo, pero se trata de un esnobismo sublime que ha coincidido con una época esnob en la que importan más las marcas que las ideas y más las imágenes que las deducciones. He aquí a Borges reducido a imagen: 'Torres de sangre y tigres transparentes".
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