Portada del libro
Fuente | RBA
RBA acaba de publicar, dentro de su 'Serie Negra', una obra maestra del género: El último buen beso, de James Crumley. "Una experiencia llena de trepidante acción, cruel ironía y crítica brutal al género humano", según la propia editorial. Mucho más que eso, para Rodrigo Fresán, que se deshace en elogios hacia este clásico de la literatura del siglo XX desde las páginas de ABC Cultural:
"Si puede afirmarse que Chandler reescribió con astucia El gran Gatsby, de Fitzgerald, a la hora de su El largo adiós, entonces puede decirse que James Crumley fue todavía más audaz. Porque Crumley -sin salir del género- se atrevió a reescribir El largo adiós cuando nos dio El último buen beso: 'philipmarloweiana' ya desde el título y su indiscutible obra maestra. Basta con recorrer tributos a la hora del adiós a Crumley (1939-2005) y enumerar apellidos de renombre haciendo fila y dándose codazos (nada más y nada menos que Ray Bradbury llegó a homenajearlo bautizando como Crumley al protagonista de sus policiales hollywoodenses) para asistir a noble y dolida competición por quién hablaba más y mejor de este 'escritor de escritores'.
Allí, muchas cosas buenas y graciosas, y diferentes, se dicen de él. Todos, sin embargo, coinciden en caer de rodillas cuando se refieren a El último buen beso.
Perteneciente al llamado 'Grupo de Montana', Crumley debutó con una excelente novela autobiográfica y soldadesca 'de Vietnam', pero transcurriendo en las Filipinas y con ecos de Trampa-22, de Joseph Heller (Uno que marque el paso, 1969). Pero enseguida resolvió que lo suyo pasaba más por la investigación privada que por la debacle nacional. Así, creó a dos detectives inolvidables que, a lo largo de sus respectivas misiones, a menudo parecen la misma persona. Ambos son cínicos, veteranos de Vietnam, sus narices son amantes de la cocaína, y Crumley acabó reuniéndolos en la demencial y fronteriza Bordersnakes (1996). A saber: Milton Chester 'Milo' Milodragovitch (a quien conocimos en Un caso equivocado, 1975) y C. W. Sughrue.
Este último es el que sale a la carretera en El último buen beso (1978) junto a un escritor etílico, cruce de Dylan Thomas con Norman Mailer (el Terry Lennox de la ecuación aquí), en busca de una joven perdida en más de un sentido para tropezar por el camino con un bulldog impasible (pero con un sentido y olfato ético mucho más desarrollado que el de sus dueños) y (reflejos de Ross Macdonald) con los despojos de la Generación de Acuario en un paisaje donde el amor libre deriva hacia la pornografía prisionera.
Todo se abre con una de las mejores y más líricas frases jamás encontrada en una novela 'noir' (buscarla, descubrirla, disfrutarla, admirarla) y cierra con uno de esos finales con antiheróico héroe asqueado por la calidad y pureza que puede llegar a alcanzar la podredumbre moral de hombres y mujeres. Llegado ese punto, se confirma lo que veníamos sospechando desde la primera página: estamos ante un gran libro, ante literatura de la buena a secas y sin etiquetas. 'La ficción seria a veces es seria. La ficción detectivesca a veces es seria, pero por lo general no. Por otra parte, cuando la ficción seria intenta ser seria, a menudo resulta ridícula. La ficción detectivesca, en cambio, nunca resulta ridícula cuando quiere ser seria', dictaminó Crumley en una entrevista. Basta con remitirse a El último buen beso como prueba de ello. Y, de acuerdo, a menudo se le criticó a Crumley -mientras se ensalzaba la fuerza y elegancia de su prosa- que sus tramas a veces eran, como la vida real, algo confusas y dejaban demasiados cabos sueltos.
Y ahí está su último libro, The Right Madness (2005, otra vez con Sughrue), donde Crumley parece estar reescribiendo, sí, la perfecta El último buen beso en la que todo encaja, no hay nada fuera de lugar, y la resolución del 'misterio' emociona e indigna como pocas veces en la vida de un lector curtido en tristes y solitarios finales".
Portada de la primera edición en inglés
Fuente | only detect
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