Fuente | Letras Libres
El (incisivo) ensayista mexicano Gabriel Zaid publica en el número de febrero de Letras Libres un (imprescindible) ensayo político. Con su enrevesada -por juguetona- prosa, su afilada ironía y su habitual descreimiento, Zaid denuncia que en México se ha pretendido, desde hace décadas, que ser de izquierda es un requisito indispensable para participar del debate intelectual y político, y que cualquier postura distinta, es satanizada y descalificada por principio, como si hubiera una identificación inequívoca entre la izquierda y lo correcto. ¿Te suena? A mí también. Por eso merece la pena entresacar del prolijo texto los párrafos siguientes: para tener un motivo más para dudar de nuestras (aparentemente asentadas) convicciones ideológicas:
[...] La derecha es inhabitable, un infierno de todos tan temido que nadie lo quiere voluntariamente ocupar; a donde hay que empujar a quien se deje, para tener la seguridad de que uno sí es de izquierda (puesto que allá está la derecha, señalada con dedo flamígero).
Pero, ¿quién va a dejarse hundir en el infierno para que los fariseos gocen de la gloria de juzgar a todos desde el cielo? Nadie. Por eso, el infierno está vacío. Si la derecha no merece más que la muerte cívica, no puede haber derecha. Pero tampoco izquierda. Donde no hay derecha, la izquierda abarca todo, y por lo mismo no quiere decir nada. Donde la izquierda legitima, pero la derecha no, toda izquierda se vuelve sospechosa de ilegitimidad: todos acaban persiguiendo a todos. Donde hay que ser de izquierda para ser, ser de izquierda y nada es lo mismo.
En rigor, no se puede ser de izquierda (ni derecha): no hay tal manera ontológica de ser. Se está a la izquierda o a la derecha, en tal punto, con respecto a tal otra posición. Por lo mismo, considerando todo el espectro de posiciones posibles, lo normal es estar simultáneamente a la izquierda y a la derecha: a la izquierda de unos y a la derecha de otros.
Es imposible estar a la izquierda en todo y con respecto a todos: no estar a la derecha de nada ni de nadie. No hay tal lugar. ¿Por qué, sin embargo, en México, se pretende esa posición imposible? Porque lo importante no es la realidad, sino el realismo político de no ser rebasado por la izquierda y arrojado a las llamas. Hay que estar, pues, absolutamente a la izquierda, aunque tal posición no exista, aunque se reduzca a declarar que mi posición relativa es absoluta. Así aparece el 'ontologismo'. No estoy a la izquierda de tal posición en tal punto, y por lo tanto a la derecha de tal otra: soy de izquierda; más aún: soy la izquierda.
La palabra izquierda se usa como la palabra decente, y quiere decir aproximadamente lo mismo (lo correcto, lo conveniente). No se dice: en tal punto, con respecto a unos, estoy por la decencia; y por lo tanto, con respecto a otros, estoy por la indecencia. Se dice: soy decente; más aún: soy la mismísima decencia.
La indecencia (como la derecha, como el infierno) son los otros. Pero como los otros no quieren facilitar las cosas declarándose indecentes, para darnos la seguridad de sentirnos decentes, la indecencia finalmente desaparece, dejando un signo de interrogación en toda decencia. Como no se puede perseguir a indecentes confesos, la única oportunidad de estar siempre y en todo del lado decente está en la lucha interminable de unos decentes contra otros, mutuamente acusados de no serlo.
[...] Así se llega a los criterios de verdad por afiliación: no se está del lado bueno por tener razón; se tiene razón por estar del lado bueno. Para legitimar una buena posición, hay que asegurarse otra buena posición: el lado bueno; para lo cual, afortunadamente, basta con declararse en contra de los malos. [...] Para no abandonar la posición de clase real, hay que traicionarla con ganas en las posiciones declarativas. Para no ser perseguidos, hay que pasarse al lado de los perseguidores.
Así sucede, paradójicamente, que alguien adopta posiciones más radicales cuando mejora su posición real, contra lo que sería de esperarse. Y es que, en una sociedad posrevolucionaria, las condiciones materiales siguen determinando la conciencia, pero al revés: a mejores condiciones materiales, mayor conciencia revolucionaria. Para tener buena conciencia, ganando más que el salario mínimo, hay que estar por el cambio. Sobre todo frente a posibles perseguidores, que pueden atacar por la izquierda. Los lideratos, dirigencias, prestigios, chambas, presupuestos, ingresos, prerrogativas y, en general, las posiciones privilegiadas, se defienden con posiciones avanzadas. Adelantándose a los posibles perseguidores. Siendo todavía más radical.
Temor constante de ser rebasados por la izquierda, de ser perseguidos por falta de radicalismo y hasta por cualquier signo de prosperidad. Buenas personas que miran de reojo, con temor, a su izquierda; donde se encuentran otras buenas personas, igualmente nerviosas por el qué dirán a su izquierda. Temores que sirven para chantajear [...].
La idea convencional de izquierda / derecha se corresponde con otra polaridad espacial: arriba / abajo. Se supone que la izquierda está abajo, con el pueblo y que la derecha está arriba, sobre ese volcán: que la gente de arriba está por el statu quo y la de abajo por el cambio. Pero no hay que olvidar que izquierda, derecha, arriba y abajo, son conceptos relativos. Todo depende de qué tan abajo o tan arriba, dónde, cuándo.
Si los privilegiados de arriba son aristócratas conservadores, que se creen de origen divino y no quieren el cambio, bajo los cuales (pero no tan abajo) está una burguesía que se cree el pueblo y quiere el cambio, tenemos, en efecto, que 'abajo' está la revolución y arriba la reacción. Pero hasta en ese caso resulta que hay otros conservadores: los campesinos, los de mero abajo. Cuando el volcán estalla, los revolucionarios llegan al poder, los de mero abajo siguen donde estaban y la polaridad entra en contradicción.
Los nuevos privilegiados necesitan una falsa conciencia. A diferencia de los aristócratas, no se creen de origen divino: creen que son el pueblo que llegó al poder y quiere el cambio. Pero no el cambio de arriba, naturalmente, cosa por demás absurda, si el pueblo ya está en el poder: quieren el cambio de abajo. Quieren modificar a los campesinos, quitarles lo conservador, sacarlos del atraso y la superstición, hacerlos a su imagen y semejanza: la vanguardia progresista a la cual la Revolución le hizo justicia.
Cuando la izquierda llega arriba, la reacción queda abajo: es el pueblo irredento que necesita educación; el ayer enterrado que no debe resucitar; la odiosa competencia de los que todavía no suben mucho y pretenden ser ellos los revolucionarios. Que los países comunistas procedieran a la 'reeducación por el trabajo' de los campesinos, que millones murieran en los campos de trabajos forzados y que tantos quisieran escapar del paraíso oficial, arriesgándose a todo en botes inseguros, sacudió a la izquierda europea, pero no a la mexicana.
[...] Las revelaciones persistentes sobre la realidad en los países comunistas y, finalmente, el desplome del imperio soviético tuvieron el efecto contrario del Sputnik: descolocaron el futuro. Entre la gente seria, hubo un replanteamiento de las 'leyes de la historia', 'la lucha de clases', el progreso y sus protagonistas. Hasta se llegó a decir que ya no tenía sentido hablar de izquierda o derecha.
Norberto Bobbio, en Derecha e izquierda: Razones y significados de una distinción política, critica la idea de que el distingo quedó obsoleto, y tiene razón. También tiene razón cuando critica la supuesta imposibilidad de distinguir lo bueno de lo malo para la sociedad. Pero son dos distingos diferentes, y tiende a confundirlos. Trata de rescatar el concepto de la izquierda como protagonista de lo bueno para la sociedad. Es un error. Ni la izquierda ni la derecha son el bien (o el mal). Se puede estar bien o mal en esto o en aquello, pero no se puede ser el bien o el mal.
Ni la izquierda ni la derecha son el valor absoluto que se enfrenta al antivalor absoluto. Hay valores que defiende la izquierda, valores que defiende la derecha y valores que pasan de unas banderías a otras. Por eso, el ontologismo produce confusiones. Si todo lo bueno para la sociedad tiene que ser de izquierda y resulta que en tal caso lo bueno es lo que defendía la derecha, ¿lo reaccionario se convierte en revolucionario?
Abundan los ejemplos de valores conservadores abanderados hoy (o en algún otro momento) por la izquierda: La conservación de la naturaleza, de las especies, del ambiente. La conservación de las lenguas, de los clásicos, de las tradiciones, de los usos y costumbres. La conservación de lugares, monumentos, obras de arte, libros, objetos y documentos históricos. La conservación de la vida y la salud física y espiritual. La conservación de los valores religiosos, familiares, patrióticos [...]".
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