3 feb 2011

La (triste) realidad del periodismo en España

Fuente | Insurgente

Ayer escribía José A. Pérez en su blog: "La clase política y periodística de este país se ha creído su propio cinismo, su propia demagogia, y ha contagiado su virus del miedo a los profesionales del entretenimiento que, a su vez, lo han contagiado a la opinión pública. La sociedad española está adormecida, cerebralmente muerta, cómoda con sus prejuicios posfranquistas, arrodillada ante sus iconos jesuitas, cautelosa por la demente imprevisibilidad de los groupies de Mahoma. Amordazada de pies y manos por la hipoteca, la gasolina y el pediatra de pago. Y nos piden respeto. Respeto por los judíos, por los árabes, por los católicos, por las mujeres y los niños, por los mendigos y los paralíticos, por los sordos, los zurdos, los vegetarianos, los homeópatas y los concejales corruptos. Respeto por los periodistas y los cineastas, por los jueces, los policías, los gordos y las anoréxicas. No digas, no hables, no opines nada diferente a lo que lees y escuchas. No te burles. No cuestiones. No pienses. Por los siglos de los siglos. Amén".

Hoy escribe Arcadi Espada en El Mundo: "La única especialización razonable del oficio es la especialización en el relato. Da igual que se trate de política o de fútbol: la especialización del periodista es contar. Para contar necesita las palabras de todos. O sea, no las palabras de los frailes ni de los políticos ni de los esteticistas. Las palabras de todos: un territorio inteligible y común. Los gremios, desde los cazadores de mariposas hasta los oncólogos, presionan cada vez con mayor impertinencia sobre ese terreno común. Que lo reserven para sus blogs monoparentales, ahora que pueden; pero el periódico no es la suma de todas las filias y fobias gremiales. El periódico es el lugar donde todas ellas desaparecen. Un espacio público".

Las muletas escogidas por uno y otro para apoyar sus respectivos discursos son muy distintas pero, para el caso, vienen a tener la misma altura -o bajura, según se mire-. Por concluir con unas palabras del propio Pérez: "Muy pocos quieren convertirse en el Jesucristo del periodismo español, el mártir de la opinión pública, violado y humillado por la comunidad bienpensante que dirige todos los medios de comunicación españoles [...]. Y esta imposición silenciosa igual sirve para los serios periodistas que para los serios humoristas. Basta comparar los más populares cómicos españoles con los ingleses y americanos para descubrir una España católica, apostólica y romana, mojigata y vulgar, aburrida y temerosa".

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