1 feb 2011

La restauración: (arte y) oficio

Durero | Adán y Eva | 1507

El brillo de la Cultura (con mayúsculas) esconde un puñado de minúsculos oficios -forzados a malvivir en la sombra del olvido- si no menores, sí menospreciados: sin duda por falta de conocimiento. Contribuyen a que lo creado tiempo atrás permanezca, mas no los valoramos cuando una firma reconocible nos ciega el entendimiento. Por eso merece la pena leer este breve homenaje de Gabriel Albiac a los restauradores publicado en ABC Cultural:

"La obra de arte es una súplica de eternidad alzada sobre materia efímera (toda materia lo es). Escapa al tiempo que la acosa, solo haciendo de la precariedad física en la cual fue forjada, principio de sus metamorfosis. No es inmortal, por más que nos guste llamarla de ese modo. Basta con pasear entre la ruinas atenienses para entenderlo. Pero algo eterno sobrevive aun en la destrucción de la frágil materia de la cual, como nosotros, como todo, su belleza ha sido hecha. Eso queda en la memoria, como un lugar sagrado. Aunque sea la memoria, desde luego, la que tantas veces inventa la obra imaginada, allá donde de la real se perdió todo. Nuestra Grecia es, así, una limpia geometría de mármol blanco. ¿Qué importa si la Grecia real era polícroma? Nuestro fantasma de Grecia no admite ser afeado con colores. Y ese fantasma
-no Grecia- es el que nos hace griegos.

El del restaurador es un tenaz combate con el tiempo. Que será al fin vencedor, porque el tiempo acaba por horadar todo. Es el mal, el tiempo, como aquilata Ezra Pound. Por eso es tan hermoso darle batalla perdida.

El Prado muestra durante estos meses un ejemplo exquisito de esta batalla contra lo precario: 'Adán' y 'Eva', dos óleos prodigiosos sobre panel de pino realizados por Durero en 1507. Hace medio milenio: o sea, nada. Luminosos ahora, como los quiso la clara geometría de aquel oscuro alemán que, después de haber leído La divina proporción, de Luca Pacioli, supo fijar su propio canon, más esbelto, en esos dos paradigmas humanos de tamaño natural, en desnudez fluida y sosegado abandono al ojo que los mira.

Basta con dar la vuelta para admirar el prodigio del artesano contra la erosión de estos cinco siglos. Los bastidores de madera que restablecen la solidez del pino, muy deteriorado, sobre el cual Durero pintó a Adán. El casi intacto dorso de la tabla de Eva. Volver a ver la obra como la vio su autor al terminarla. Ese milagro de combatir al tiempo y de no ser vencido".

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